(Por Jenny Anderson, Periódico Reforma, 16 de abril de 2022, con comentario de Carmen Ramos Méndez G.)
Los prolongados periodos de confinamiento y todas las medidas que se derivaron de los mismos nos llevó a reinventar la manera de trabajar, de enseñar, de aprender, de socializar… de vivir, y en esta constante curva de adaptación descubrimos habilidades y fortalezas en cada uno de nosotros pero, también, sufrimos consecuencias, entre ellas, cierto rezago en la educación y la socialización.
Con lo anterior quiero exaltar y subrayar el valor de todo lo logrado, incluso el de haber contenido estos rezagos en niveles que nos permitieron continuar con la labor educativa y las conexiones sociales a pesar de la distancia, lo que nos permitió un regreso presencial apuntalado y bien acompañado por docentes que conocían a sus alumnos, su situación y sus necesidades, y por una pedagogía que ha ido enganchando y devolviendo a su mejor ritmo, a los alumnos que habían dejado los ambientes.
No obstante, todo lo anterior, este ciclo escolar ha representado el reto de salir de cierta zona de confort y de ocuparnos en situar al niño como el constructor de sus propios aprendizajes, de ahí que me parece muy afortunado coincidir con el artículo que les comparto a continuación:
Al batallar, alumnos adquieren aprendizaje
Jenny Anderson
16 ABR. 2022
Periódico Reforma
Cuando Hunter, de 6 años, comenzó primer año el otoño pasado, batallaba para relacionar los sonidos de las letras con la forma de las letras en papel. Encontró que escribir letras era difícil y escribir palabras aún más difícil.
Pero Hunter sabe cómo articular lo que sucede cuando las cosas se ponen frustrantes. “Tu cerebro crece abajo”, dijo. Es una frase que se refiere al fondo del hoyo de aprendizaje, un lugar imaginario al que van los estudiantes de la clase de Hunter en Illinois cuando algo que están aprendiendo se vuelve difícil. Hunter también sabe lo que necesita para salir del hoyo -trabajo duro, sus amigos, su maestra- y cómo se siente cuando sale de él (“emocionado”).
El hoyo de aprendizaje es una de varias estrategias educativas que se apoyan en la idea de que batallar es algo que debe acogerse. Fue concebido a principios de la década del 2000 por James Nottingham cuando era profesor en Inglaterra. Vio que sus alumnos evitaban salir de sus zonas de confort. Quería animarlos a que se sintieran cómodos respecto a estar un poco incómodos.
En un momento en que los estudiantes se resienten de dos años de aprendizaje remoto y aislamiento por la pandemia, la idea de intencionalmente hacer que los jóvenes se sientan incómodos puede parecer desacertada. Pero muchos educadores y científicos del aprendizaje dicen que ahora, cuando los estudiantes están en vías de reconstruir la confianza académica, es un momento crucial para que los maestros y los padres den un paso atrás cuando el aprendizaje se vuelve difícil y sean explícitos de que el reto ofrece recompensas.
“La respuesta no es eliminar el reto, sino brindar más herramientas para lidiar con el reto”, dijo Carol Dweck, profesora de psicología en la Universidad de Stanford, en California.
Los maestros en Estados Unidos y Gran Bretaña han descubierto que la metáfora del hoyo de aprendizaje viene con apoyos conceptuales que son fáciles de entender. Un estudiante que batalla con un problema de matemáticas puede decirle al maestro: “Estoy en el hoyo con esto” -algo más fácil de admitir que “no entiendo”. Y un maestro puede preparar a los estudiantes para “ir al hoyo”, como si se tratara de una aventura.
Nottingham identificó tres estados mentales de los estudiantes cuando aprenden algo nuevo: relativamente cómodos, relativamente incómodos y con pánico. Demasiados padres y educadores intervienen cuando el aprendizaje se vuelve incómodo, negando a los estudiantes la oportunidad de profundizar su aprendizaje, dijo.
Algunos investigadores han ido más allá de exhortar el batallar y abogan por diseñar para el fracaso. Manu Kapur, un psicólogo educativo en ETH Zurich, ha pasado 17 años demostrando que los estudiantes aprenden conceptos de manera más exhaustiva cuando se involucran en lo que él llama “fracaso productivo” -lidiar con un problema antes de recibir instrucciones sobre cómo hacerlo exactamente.
No retar a los estudiantes puede tener consecuencias, especialmente para los estudiantes marginados. Lacey Robinson, presidenta y directora ejecutiva de UnboundED, una organización que diseña el aprendizaje para que sea riguroso y significativo, dijo que los educadores a veces no tenían el conocimiento del contenido y la capacitación para ayudar a llenar los vacíos y, con demasiada frecuencia, tenían pocas expectativas para los estudiantes negros y latinos. Esto puede causar que esos estudiantes pierdan interés en aprender; quedan relegados a material de nivel inferior y se rezagan atrás.
“A menudo hallamos que los maestros usan lo que yo llamo este modelo realmente ilógico de poner a los estudiantes en un nivel de año inferior, con la esperanza de que alcancen el nivel de año en el que se supone que deben estar”, dijo Robinson.
“La identidad académica se solidifica mientras más trabajes ese músculo”, agregó. “Y ese músculo se trabaja vía el rigor y la batalla productiva”.