Cada comienzo de ciclo escolar es como el inicio de una fiesta. Los anfitriones esperan a sus invitados y ellos, a su vez, llegan a un lugar que, en cada detalle, les dice: los estamos esperando. Aquí inicia el primer vínculo, en donde algunos ya se conocen entre sí, y otros más, sirven de puente para que los recién llegados se sientan cómodos, bienvenidos.
También, al igual que en una fiesta, el efervescente entusiasmo palpita, hay una gran necesidad de conocer los espacios, los materiales, de interactuar con niños y adultos, a veces incluso, de probar qué está permitido y qué, no lo está. Resulta emocionante coincidir con los intereses de otros, y muy emotivo el volver a ver a los viejos amigos.
Del orden en el que todo se encontraba, antes de que empezara la fiesta, ahora emerge un desorden que, en poco tiempo, puede parecer caótico. Es este aparente caos el que, paradójicamente, llevará a la normalización, a ese estado en donde todo fluye de una manera orgánica, natural y armoniosa.
“El paso entre los dos estadios (delineaciones desviadas a normales del carácter del niño) siempre tiene lugar después de un trabajo realizado por la mano sobre los objetos, trabajo acompañado de concentración mental. Llamamos a este fenómeno [psicológico] con el nombre de normalización”.
María Montessori, La mente absorbente del niño.
Así es, el material de desarrollo, dispuesto a los ojos curiosos y a las manos inquietas, termina por captar la atención del niño, llevándolo poco a poco a irse interesando cada vez más en su oculto mensaje. Aquí, la observación discreta y respetuosa, le permite al Guía determinar si la dimensión del secreto que guarda esa presentación es lo suficientemente retadora para avispar el interés y la imaginación, así como lo suficientemente cercana, a las habilidades y capacidades de desarrollo, propias de ese específico niño, para que realmente encuentre en él, la satisfacción de sus propios logros.
“Dar el trabajo apropiado es lo importante. La mente tiene continua necesidad de trabajo. Tenerla siempre ocupada en cosas sanas es un ejercicio espiritual…”
María Montessori, La mente absorbente del niño.
Este proceso es un trabajo diario; esa efervescencia del inicio se va transformando en rutinas que dan certeza, en movimientos que llevan a la concentración, en trabajo que lleva a la plenitud y en estructuras que se vuelven hábitos.
“La normalización proviene de la concentración en un trabajo. Para este fin es preciso que en el ambiente existan motivos aptos para provocar esta atención: que los objetos se utilicen según la finalidad para la que fueron construidos, lo cual conduce a un orden mental, y además que se utilicen exactamente, lo que conduce a la coordinación de los movimientos”.
María Montessori, La mente absorbente del niño.
Poco a poco el trabajo se transforma en gozo, en Artículo el autodescubrimiento de saberse capaz, de entender mejor, de saber más, de vislumbrar lo que hay atrás de un nuevo conocimiento y, así, hacia el infinito. La fiesta inicial, necesaria para romper el hielo, para ubicarse en el espacio y en el tiempo, se convierte en un lugar conocido y seguro, en un segundo hogar. Esa normalización, a la que María Montessori hace referencia, es un estadio que se consigue con la suma de las voluntades, con el vínculo que crece a lo largo de los días y semanas de trabajar juntos, y de compartir experiencias, en donde se desarrollan también otras cualidades de orden superior:
“En su alimentación espiritual, en lo que el niño desenvuelve una actividad organizada, compleja, en la cual, al mismo tiempo que responde a un impulso primitivo, [él] ejercita la inteligencia y desarrolla cualidades que consideramos de orden superior y extrañas a la naturaleza del niño, como son: la paciencia, la constancia en el trabajo, y en el orden moral: la obediencia, la suavidad de su carácter, el afecto, la gracia y la serenidad”.
María Montessori, La autoeducación en la escuela elemental.
La normalización es el lugar hacia donde nos dirigimos desde que inicia el ciclo escolar, sin una fecha precisa de llegada; a veces el camino es más directo y suave, otras, más complejo y sinuoso; hay situaciones en las que esa normalización decae y hay que trabajar para regresar a ella. La normalización es, en consecuencia, un regreso a la armonía esencial del niño, desde la cual, él ejerce su oficio de autoconstructor.