Se sabe que el ser humano es finito, mortal, nace, y años después, muere; no somos inmortales, porque si lo fuéramos, nunca enfermaríamos. Podemos enfermar porque todos tenemos una determinada predisposición o susceptibilidad a enfermar, matizada por la herencia, es decir, tenemos una predisposición genética a desarrollar determinadas enfermedades, que nos son transmitidas de generación en generación, inexorablemente.
Así mismo, somos susceptibles a cambios físicos, climáticos, a la alimentación y al tipo de nutrientes que consumimos, también lo somos a factores emocionales que nos pueden enfermar, como el miedo, la indignación, la injusticia, el rencor, el resentimiento, la humillación, etc. Esto está dado porque todo lo psicológico afecta a lo orgánico, y viceversa, todo lo orgánico afecta lo psíquico.
Somos, de acuerdo a la Filosofía del Hombre, un espíritu encarnado. Dentro de lo espiritual, llamado así porque no tiene dependencia intrínseca de la materia, sino que se manifiesta a través de ésta (la materia), contemplamos la inteligencia, la voluntad y el afecto, y estas cualidades nos marcarán de por vida, interactuando a cada instante en nuestro existir; el cuerpo nos facilita esta expresión e intervención en nuestra relación con el mundo.
Respecto de lo material, diremos que es más fácil de contemplar porque es visible, pero recordemos que aunque estamos conformados por elementos químicos semejantes a las otros seres que existen, nosotros somos seres animados porque hay una fuerza vital que nos anima y nos da vida, y las leyes de la Vida no se rigen igual que las leyes de la Física ni de la Química.
Para la Homeopatía, enfermamos por una alteración o desequilibrio de esta fuerza vital presente, autocrática y no inteligente –porque si lo fuera, se reequilibraría a sí misma, y esto no sucede así– que rige tanto las sensaciones como las funciones, y que se manifiesta a través de síntomas y signos que son los que le permitirán al médico saber qué sucede en nuestro interior, y al individualizar nuestro caso, podrá elegir el medicamento homeopático más semejante a nuestro padecer, y por esta Ley de Semejanza Homeopática, acceder a curarnos.
Esto marca una diferencia trascendente y esencial respecto de la alopatía que trata a todos los casos de la misma enfermedad por igual, sin distinguir ninguna diferencia individual que exista, y lo hace con substancias químicas que no tienen ninguna analogía con la enfermedad, ni del enfermo, y que se administran en dosis ponderables. Lo anímico y lo psíquico pertenece a otro especialista, y no es contemplado en una totalidad, se investiga en forma excluida.
En el caso de la población pediátrica (desde un recién nacido hasta un adolescente), ésta se encuentra sujeta a enfermedades propias de esta edad, y que es raro que ocurran en los adultos ya conformados, físicamente hablando. Así hay niños que sufren asma periódicamente, precedida de un catarro común que puede ser el disparador de ésta (el asma), y que al curar homeopáticamente no vuelven a tener el cuadro asmático, a pesar de tener una gripe leve que era el desencadenante. Éste fue el caso de uno de mis hijos, curó del asma con Homeopatía, lo que motivó que yo, médico pediatra, estudiara Homeopatía durante cuatro años y medio, hasta obtener el postgrado y la Maestría, para después ejercerla con mis pacientes.
Cuando hemos estado tomando sustancias químicas en forma de medicamentos que influyen en nuestra naturaleza, de acuerdo a la cantidad tomada y al tiempo de administración, esta naturaleza se modifica. Por ejemplo, la vacuna de influenza tiene 25 micro centigramos de aluminio por dosis, y dentro del cuerpo NO DEBE EXISTIR NINGUNA CANTIDAD de éste (el aluminio); si yo me vacuno cada año, por diez años, al final habré acumulado diez veces la dosis, es decir, 250 micro centigramos, que tienen un efecto acumulativo porque no hay vía metabólica que me permita eliminarlo del cuerpo, y el aluminio se depositará en el sistema óseo y en el neurológico. No es lo mismo tener cero aluminio, a tener 25 o 250 micro centigramos, ya dentro del organismo, y que harán su efecto, poco a poco, a largo plazo.
Los medicamentos homeopáticos se administran en dosis imponderables, no tienen efectos secundarios, se individualizan en cada caso que se atienda, se administran en dosis mínimas, y tienen como objetivo curar en forma suave, pronta y duradera. No son tóxicos. Se administran por semejanza entre el enfermo y el medicamento, por ello, es menester individualizar cada caso y no tratar a todos por igual.
A largo plazo, quien ha sido tratado en forma homeopática, tendrá fortalecida su constitución, modificará sus predisposiciones y susceptibilidades, inmunológicamente responderá mejor ante agresiones del medio ambiente, y podrá modificar la herencia que le fue conferida para que, aunque enferme en la vida adulta, no lo haga con complicaciones severas que le fueron heredadas. Es decir, enfermará con menor frecuencia, se recuperará más rápido, desarrollará mejor sus capacidades, y tendrá una mejor vida, más saludable, más trascendente, más armónica, para cumplir mejor, los más altos fines de su existencia.
DR. MANUEL EDUARDO JAIME CALDERÓN
(papá de exalumnas de MdlC)
MÉDICO PEDIATRA y MEDICO HOMEÓPATA
Presidente Masaryk 134-201, Col. Polanco
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