“La escuela es un lugar de recuperación de sueños.
Silvia Bleichmar
En medio de una crisis que se prolonga, y que nos planta una nueva relación con nuestra comunidad, surge como primera necesidad el lograr adaptarnos, es decir, hacer los cambios necesarios que nos permitan funcionar y avanzar de la forma esperada.
Gracias a la tecnología, hemos logrado darle continuidad al proceso académico de los niños en edad escolar, a través de la educación a distancia o educación en línea. La pantalla ha brindado a los niños y niñas la oportunidad de mirarse a sí mismos en ella, como en un espejo, así como también la de observar a sus modelos (compañeros y profesores) abriendo nuevas formas de conectividad y permitiendo que no se pierda la importancia del encuentro con el otro.
El ser humano, en cualquiera de sus etapas, necesita estructura, un marco que regule, dirija y limite, tanto su conducta, como su pensamiento y emociones. Esta necesidad de estructura es aún mayor en niños escolares, y la rutina escolar la cubre en gran medida; los docentes ofertan y ofrecen al niño un mundo de posibilidades que, como final, permiten que surja algo dentro de ellos. Con su trabajo día a día, y con su acompañamiento, los niños se van adueñando de su existencia, dando lugar al cuestionamiento y al pensamiento; viven la experiencia de estar, a pesar de la presencia/ausencia en la pantalla.
Aunque no se usen las instalaciones escolares físicamente, las clases en línea abren la posibilidad del uso de nuestras “instalaciones mentales” y nuestras “instalaciones emocionales”, esas que nos hacen ser quienes somos, y que son mucho más importantes que adquirir un cúmulo de conocimientos incomprensibles.
La vida es como un barco que, para llegar a cualquier puerto, necesita de un ancla y un timón para no hundirse en la primera de las tempestades. En la escuela, la función de ancla la cumple un “esquema horario” (un programa), que sostiene y pronostica lo que va a pasar después. Una rutina que se repite (día a día) y al mismo tiempo avanza (en un programa mensual), brindando la sensación de control, de continuidad, de seguridad y de logro. La función de timón la cumple el objetivo a alcanzar, el reto que nos hace trabajar y nos da dirección y motivación. Es decir, la escuela brinda a las y los niños estas dos funciones: estructura y meta.
Sin embargo, siendo la educación por medio de una pantalla, ¿puede cubrir estas dos funciones?
La respuesta, desde mi perspectiva, es que sí. Los niños tienen conexiones programadas que se repiten, tienen tareas específicas que los dirigen hacia una meta, y hay además de una expectativa a cubrir; el vacío de no ir a la escuela se llena con una rutina. El lugar de la escuela vacía, ahora lo ocupa una pantalla con un grupo de pares y una guía que es capaz de programar, de retroalimentar, de enseñar, e incluso de evaluar para beneficiar el desarrollo de los chicos y chicas. No van a la escuela, pero tienen escuela, hay escuela.
La capacidad de trabajar en una tarea dirigida hasta completarla, para después unirse a otra actividad, es decir, la capacidad de trabajar como en la escuela, se adquiere gracias a lo anterior, a la guía del adulto que suple a mamá o papá (la maestra o maestro), y gracias al grupo de amigas y amigos.
Hasta la entrada a la escuela, el mundo del niño lo constituye la familia. El enfrentarse a una nueva figura adulta le brinda grandes oportunidades: una persona distinta, paciente, y amorosa, que le espera, guía y escucha, y que lo introduce en un nuevo grupo promoviendo a que ensaye diferentes formas de aprender, de pedir y de ofrecer –lo más importante– de vincularse.
Con el docente se forja una relación importante y muy diferente a la que tiene con mamá o papá, el rol del guía es diferente al rol de los padres, posibilitando en los niños el fundamental desarrollo del aprendizaje, de la resolución de conflictos, de enfrentar retos, de equivocarse, y de reparar y lograr tolerar la frustración. Lo que dentro del sistema Montessori se traduciría en Vida Práctica.
Entonces, si la educación es a distancia ¿los padres son ahora los maestros?
No, de ninguna manera, los padres se han vuelto un apoyo indispensable, sin embargo, la función guía sigue siendo del docente, la maestra/el maestro es quien dirige la rutina hacia la meta. Es el guía quien dará la instrucción y sabe el propósito de cada actividad. Es quien tiene que lograr un vínculo con los pequeños del otro lado de la pantalla. Y así, poco a poco, y de la mano del guía, el niño va interiorizando una rutina que estructura tanto su vida cotidiana, como los procesos de pensamiento. Surgen espacios en lo simbólico porque el niño recrea, se re-crea y crea abriendo espacios mentales para pensar y sentir. Esta estructura también ayuda a los padres en su función.
Un ejemplo, la tarea de transportar frijoles con una cuchara de un recipiente al otro: un niño tira todos los frijoles y luego trata de recogerlos con la cuchara, pero ante la dificultad de la tarea lo hace con los dedos. La mamá uno podría pensar que no lo está haciendo nada bien, y recoge los frijoles, ayuda con la cuchara ante la angustia de que el chico no lo logra. La mamá dos piensa que no hizo nada bien, se preocupa y llega a sentir que ella está haciendo algo mal en la educación. Y la tercera interpreta que, al menos se entretuvo mientras duró la clase, pero, ¿qué pasó en el proceso de aprendizaje?, ¿qué vio el o la guía que la mamá no pudo? La guía pudo observar que el niño es capaz de hacer pinza, que durante la actividad la trabajó persistentemente, que la motricidad fina se estimuló, y se cumplió el objetivo de la clase.
¿Cómo podemos apoyar para hacer posible el rol del guía?
Soltando. Aceptando que nosotros no somos los maestros, somos los padres, y no nos toca enseñar los procesos académicos y, sobre todo, no nos toca corregir.
Uno de los retos más grandes como padres es dejar a nuestros hijos equivocarse, y ya que se equivocan, evitar cualquier consecuencia, que no se lea la decepción. La dirección le toca al maestro o maestra para que aprendan del error y crezcan. Parece una petición imposible, pero tendría que ser una aceptación natural. Pensemos, por ejemplo, en un niño aprendiendo a caminar, ¿cuántos sentones fueron permitidos?, o cuando aprende a andar en bicicleta, ¿en cuántos intentos tendrá que lograrlo?
Los padres tenemos que trabajar en no sentirnos calificados basándonos en los aciertos o desaciertos de nuestros hijos. Cada uno de sus aciertos nos pueden llegar a sonar a acierto propio, y cada error a un error propio, pero y ¿si dejamos esa tarea a los docentes y nos descargamos de esa pesada carga emocional? Si no, la paciencia se acorta en lo que respecta a las actividades escolares. La única estrategia es ceder, delegar y dar voz al guía, que con su acompañamiento le va mostrando al niño nuevas herramientas y caminos para la vida. y nos apoya en esa pesada tarea.
El guía está presente, aunque esté dentro de la pantalla, y una de sus principales funciones es contener. Contener a los niños, preguntándoles, aplaudiéndoles, animándolos y notándolos. Saben cuándo algunos niños requieren mayor atención, y seguramente nos lo harán saber, tienen un radar para detectar cuándo los chicos están de buen ánimo y cuándo no. La maestra puede contener orientando, comunicando, respondiendo, explicando.
Mucha parte de esta labor de contención está dirigida a los padres indirectamente. Demos espacio para que el niño haga su trabajo bajo la supervisión del experto, escuchemos las valiosas aportaciones de los guías, que día a día, enseñan al niño a buscar, decidir, pensar y confiar fuera de casa. El niño sí se vincula con el maestro, aunque sea a través de la pantalla, porque ese acompañante le muestra retos propios para su edad, y juntos construyen un espacio emocional alterno que los invita a crecer y disfrutar de los procesos de aprendizaje de forma lúdica.
Fomentar en los niños más pequeños la independencia en sus tareas es el acto de mayor confianza que puede dar un padre. Si mamá te deja hacer es porque confía que puedes, y entonces crees que puedes. Los niños pueden, las actividades son retadoras, sí, pero también alcanzables. Como bien lo dijo María Montessori, cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo en el desarrollo. Eso hace el guía, no es tarea sencilla, pero qué grandeza que el pequeño cuente con un acompañante que lo enseñe a reflexionar sobre lo aprendido, sobre lo no logrado, con quien compartir y cuestionar para así seguir avanzando.
Esta gran oportunidad de la escuela en edades tempranas es invaluable, porque nuestra mayor riqueza interna no estriba en cuánta información sabemos, sino en la cantidad de significados que vamos construyendo en nuestro universo emocional; recordemos, cada intercambio con el otro da nuevos significados. Aprendamos a adaptarnos y a confiar en nuestros guías, así como lo hacen los pequeños, y permitámosles a nuestros hijos la oportunidad de crecer con un acompañamiento que nutra su mudo interno, mostrando más caminos que los que como padres alcanzamos a mirar.